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Entre pies e incienso- Crónica

  • Foto del escritor: María Fernanda Ipiales.
    María Fernanda Ipiales.
  • 12 may 2019
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 27 may 2019

Cerca de la Iglesia no hay bullicio. Solo susurros. El respeto de sus fieles la hace ver poderosa e implacable. Con sus puertas cerradas pasa desapercibida, pero cuando se abren deja ver el Ágora de los Cristianos que piden una charla íntima junto a su Dios.

El tiempo del Triduo Pascual había comenzado. El jueves santo era un día tranquilo, soleado, con una brisa refrescante que se paseaba por el Barrio los Colores. El tiempo perfecto para la misa del lavatorio de pies, que inicia a las 4:00 de la tarde, pero había salido media hora antes.

Una cuadra antes de llegar a la iglesia San Clemente -ubicada en el occidente de Medellín- ya se podía ver la fila de autos, los puestos de vendedores ambulantes a su alrededor y las mujeres paseándose con abanicos de colores en sus manos.

Al llegar se ve la cantidad de personas aglomeradas en el templo, desesperadas por un lugar donde sentarse. La misa será larga y sus piernas necesitaran donde apoyarse. Para buena suerte de estas personas, una mujer anunciaba el servicio de alquiler de bancos por 1000 pesos. Servicio que fue tomado por la madre de John, un muchacho de aproximadamente 28 años que recibía el billete de 2000 pesos y acomodaba su banco junto a su madre.

El interior de la iglesia estaba vestido con telas rojas y blancas, sus paredes están desnudas sin imágenes, el señor de los milagros había desaparecido y la virgen que habitaba allí se marchó sin dejar un solo rastro.



El segundo piso con sus vitrales de colores, estaba igualmente copado por muchas personas expectantes. El ministerio musical, con el grupo de mayores estaba vestido a juego con la iglesia y calentaban sus voces para acompañar la eucaristía.




En el espacio cercano al altar se permanece de pie, pues no hay donde sentarse. Solo me pude acercar una columna para permanecer allí. El calor abraza los cuerpos, se siente el aire caliente, tal ves viene del aliento de las mujeres rezan el ave maría, sosteniendo sus rosarios en las manos y se percibe el penetrante olor del perfume de una mujer canosa sentada a mi lado. Un perfume dulce que se esparcía al ritmo del movimiento de su abanico y se fusiona con el olor a incienso que perfumaba el recinto.

Aún faltan 15 minutos para que inicie la misa y siguen llegando personas, lo que preocupa el rostro de unos jóvenes vestidos de camisa vino tinto, con radios en sus manos comunicándose las indicaciones para acomodar a las personas y abrir espacio para la procesión que daría inicio a la misa. Los niños se estaban desesperando, ejemplo de ello era un pequeño que tomaba la mano de su madre, quien se ponía de pie, ella con mala cara se excusaba al pasar, pues su hijo tenía ganas de ir al baño y debía dirigirse al más cercano para no perder su puesto.

Algo distraída no percibí cuando una mujer joven de cabellos recogidos se me acercó, llevaba un rosario rosa y le pedía a varias personas sentarse adelante en una banca de madera vacía. Sentados en silencio solo pedían escuchar la misa en paz, con sus cabezas gachas, expectantes detrás de unos hombres vestidos totalmente de blanco.

El padre hizo su aparición. En el altar empezó a dar los anuncios sobre los siguientes días de celebración del triduo Pascual, pide que seamos parte el y agradece la presencia en la misa de lavatorio de pies que está a punto de celebrarse. Toma asiento y junto a otros 3 hombres da inicio a la ceremonia.

El espacio de entrada de la procesión había sido despejado y por él realiza su recorrido una serie de acólitos, que llevan en sus manos unas velas blancas y el incienso. Junto a ellos entran 10 hombres y 2 mujeres vestidos con ropas demasiado casuales, acompañados de los cantos desentonados de los feligreses. Al frente de todos tomaban asiento en unas sillas junto a una mesa decorada y acompañada con pan y vino. La representación de los 12 apóstoles de la última cena del señor.

El silencio tomó el recinto cuando el Padre pidió tomar asiento y recordó aquella noche donde Jesús en un acto de humildad lavó los pies de sus discípulos y dijo:

“Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros, les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”

Después de aquellas palabras pidió aquellos 12 hombres vestidos informalmente presentarse.

El primer hombre en pasar llevaba un traje gris, entró despreocupado y tomó el micrófono y dijo "yo represento al avaro, el que todo me lo ha dado Dios y yo no lo comparto con nadie”, los asistentes se quedaron en silencio susurrando entre ellos pidiendo explicaciones para que el padre al finalizar explicara que eran la representación de los sujetos que encuentran en la sociedad moderna.

El burgués, el político, el obrero, el estudiante, el campesino, el padre de familia, el drogadicto, el niño, el pandillero, la prostituta, la monja, la madre de familia y su esposo fueron los miembros invitados a la que era la representación de la última cena del señor. Sujetos manipulados o manipuladores, objetos de tabúes, desprecio, abandono e incomprensión esa tarde sintiéndose indignos pedían al Señor permitirles sentarse en su mesa.


Su presentación termino con los aplausos del público, aplausos dirigidos a los actores de las realidades que vivían los feligreses en silencio y mantenían escondidas. La palabra de Dios se hizo escuchar por 3 portavoces distintos, dos mujeres y un hombre cada una con una lectura correspondiente. El libro del éxodo, el salmo responsorial y la carta de Pablo a los Corintios, fueron leídas en un tono especial, como si aquellas voces hubieran sido configuradas al discurso de la iglesia, después me enteré que eran los Ministros de la palabra y ellos estaban enseñados para entender la escritura y poder transmitir el amor de la misma a los fieles.

Llegada la hora del evangelio, La palabra de Dios fue bañada en incienso. El olor impregnó las paredes de la iglesia y perfumó a los fieles. El sacerdote leyó con voz tranquila las páginas del Evangelio según San juan remontando a la Última Cena del señor y el acto de amor que tuvo con sus apóstoles.Igual que Jesús terminado de leer su palabra le pidió a sus 12 acompañantes sentarse y desnudar sus pies.

El padre se quitó la su vestidura y colocó la toalla alrededor de su cintura para junto a sus acólitos empezar a lavar sus pies. Fue rápido, al terminar abrazo a cada uno de sus apóstoles y se vistió dando por finalizado ese pequeño momento.

La misa continuó tranquila, volviéndose pesada y aburrida, los niños empezaron a llorar después de un momento. En la comunión, los hombres vestidos de blanco y con aquel peto en cruz empezaron a repartir las hostias entre todas las personas organizadas en grandes filas acompañados del coro que después de unos minutos se quedaron sin canciones y empezaron a repetir las ya cantadas. Cuando finalizó el encuentro el padre no dio bendición, las campanas silenciadas regresarán para la noche del sábado. Con el altar desnudo y el Sagrario Vacío el padre hizo una pequeña procesión junto con aquellos 12 apóstoles que les había lavado los pies para dejar el cáliz en el monumento, -un altar efímero especial de la fecha- estaba decorado con imágenes de pastores arrodillados e iluminados con luces azules y rojas.

La iglesia empezó a quedarse vacía, el cielo que había estado soleado ahora era gris y sus feligreses salían empujándose entre ellos, unos van a los locales cercanos para comer o resguardarse de la lluvia que se acercaba. Aun así quedándose vacía, la iglesia encendió el candelabro que se encontraba en el centro de su techo octagonal y el calor de los velones de sus fieles la iluminó. Sus puertas quedaron abiertas dándole posada a aquellos que desearan verla y escucharla en el servicio de las 7:00 de la noche.

Fotos tomadas de :

http://www.parroquiasanclemente.com/web/index.php- Página oficial de la parroquia.


Por: María Fernanda Ipiales

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